De la necesidad de abordar la Ansiedad y la Depresión como Síndromes Neuro conductuales progresivos.
En esta sección del blog escribiré sobre Depresión y Ansiedad, un tema de salud mental que sigue siendo tabú, que cada paciente que busca ayuda profesional es estigmatizado y etiquetado, además es importante mencionar que la expectativa de “cura” es fantasiosa, pues no se explica al paciente la verdadera naturaleza de estas “enfermedades”, es mi intención cambiar el enfoque de lo que la depresión y la ansiedad significan ya no como enfermedades si no como conceptos infundados en nuestra educación para rechazar el mínimo síntoma de tristeza o incomodidad con nosotros mismos. Por lo tanto propongo abordar estos conceptos no como enfermedades si no como Síndromes Neuro Conductuales progresivos para poder tener un tratamiento multidisciplinario objetivamente eficaz a corto, mediano y largo plazo.
En esta entrada les hablare de lo conceptos básicos de síndrome Neuro conductual, la importancia de la evaluación de la conducta en cualquier aspecto médico y empezare a escribir sobre las dificultades del diagnóstico y clasificación de estas “enfermedades” mentales, y cada miércoles y seguiré profundizando mas en los conceptos de Depresión y Ansiedad hasta dejar claro porque deben tratarse como síndromes neuro conductuales progresivos y no como enfermedades psiquiátricas aisladas.
Un síndrome Neuro conductual progresivo se define como el conjunto de síntomas físicos y emocionales que se presentan de manera temprana y que progresan hasta conseguir el cambio negativo o de naturaleza limitante en las ideas, comportamientos, acciones, o conductas, que en una persona determinada se consideraban usuales o “normales”.
La valoración de la conducta es indispensable al inicio de cualquier intento de exploración médica. La mera observación inicial del paciente ofrece información valiosa que permite encaminar e interpretar ulteriores exploraciones. Sin embargo, la evaluación de la conducta ha sido un campo largamente olvidado en neurología. Por una parte, el acceso directo a los pacientes con trastornos conductuales resultaba a veces difícil; por otra, los clínicos han considerado tradicionalmente que los cambios de la conducta son secundarios, es decir, consecuencia de los déficits cognitivos. Esta situación de olvido se refleja en la ausencia de referencias conductuales entre las principales definiciones operacionales de muchas enfermedades.
Para comprender los trastornos mentales es necesario poseer conocimientos tanto de la manera cómo funciona el encéfalo como de psicología clínica humana, y al mismo tiempo ser sensible y capaz de responder a otros seres humanos y tener un deseo sincero de ayudarlos. Los dos primeros de estos objetivos requieren estudios especiales; las últimas son cualidades más innatas que ese encuentran en todos los buenos médicos. Los atributos que exaltan la profesión médica son afecto por los enfermos y deseo sincero de poner por delante de las necesidades de uno mismo el bienestar del paciente, atributos que enfrentan su gran reto al tratar con los enfermos mentales.
Los trastornos mentales plantean diversos problemas especiales que no se encuentran en otros campos de la medicina. Primero están las variaciones amplias de la personalidad, el carácter y la conducta hasta un punto en el que empieza a ser difícil verificar donde termina la normalidad y donde inicia lo anormal. Después tenemos que los métodos para estudiar las enfermedades mentales son bastante subjetivos, dependen sobre todo de las percepciones del médico, de los secretos y los propósitos ocultos del paciente, y de las capacidades del paciente para describir y narrar de manera reveladora sus síntomas; estas últimas capacidades varían de acuerdo con la inteligencia, la personalidad, la educación y el estado de la función cerebral del paciente. Por último, y lo que más disgusta al neurólogo, la mayoría de las entidades clínicas tratadas por la especialidad de psiquiatría no son enteramente verificables; su existencia no puede corroborarse con toda confianza mediante pruebas de laboratorio ni durante el examen de necropsia.
Cuando se intenta estudiar un trastorno mental debe estarse al tanto de otro problema, más oscuro y en esencia teórico. En este caso los médicos observamos que hay dos formas distintas y al parecer antiéticas de abordar la función nerviosa trastornada: una se basa en las líneas estrictamente médicas o neurológicas, y la otra es psicológica. Debemos aprender a utilizar ambos tipos de datos, uno de ellos obtenido de las observaciones de la conducta del paciente y el otro de la introspección del propio paciente. Debo insistir que en este contexto los términos neurológico y psicológico no siempre se refieren a las actividades de los neurólogos y los psiquiatras. Son solo términos cómodos para dos modos distintos de enfrentar los trastornos mentales; podemos emplearlos como neurólogos, o pueden ser empleados por los psiquiatras.
La siguiente entrada escribiré sobre el abordaje neurológico y sobre los conceptos de enfermedad cerebral y mental.